Rise of the Tyrant - ARCH ENEMY (2007)

01- Blood on Your Hands
02- The Last Enemy
03- I Will Live Again
04- In This Shallow Grave
05- Revolution Begins
06- Rise of the Tyrant
07- The Day You Died
08- Intermezzo Libertè
09- Night Falls Fast
10- The Great Darkness
11- Vultures


Es de agradecer que una rama como el Death Metal, nacida de las oscuras entrañas del Thrash, volviera su vista hacia su ilustre y sumo antepasado, el Heavy Metal, para fructificar tal visión y recuerdo en aquel movimiento que fue llamado ‘sonido Göteborg’, traído al mundo por At The Gates y continuado su exquisito arte por grupos como In Flames o Dark Tranquillity, llegando así a la banda que nos ocupa, los también suecos Arch Enemy, que desde la incursión de la demonial valquiria Angela Gossow al frente, fueron evolucionando desde salvajes raíces hacia un sublime equilibrio entre agresión y emotividad, trayendo a nuestros oídos, obra tras obra, un sonido hoy propio, inconfundible, su Death Metal de la nueva escuela, aquél de la sofisticación y las influencias neoclásicas.

Volviendo los hermanos Amott a cruzar sus hachas tras el aplaudido retorno de uno de ellos, los guitarristas Michael y Christopher volvían a unir sus fuerzas para confeccionar, junto con el baterista Daniel Erlandsson y Sharlee D’Angelo al bajo, once nuevas armaduras sonoras para vestir con corpulenta elegancia la atronadora voz de Angela, esa rubia posesa cuya garganta fue enviada por error de dioses o voluntad de demonios a su esbelto cuerpo, pues es imposible buscar una razón más terrenal para comprender tal poder gutural de esta bella germana, hoy ya musa del género, siendo hoy quizá, por celebridad y justo reconocimiento, la Doro Pesch del Metal extremo.

El eminente quinteto lanzaba al Mundo su Rise Of The Tyrant, un álbum que seguía continuando y mejorando la fórmula iniciada desde Wages Of Sin en adelante, culminando al fin su búsqueda de sonido propio en tiempos en los que cada vez es más difícil marcar identidad, en un género que incesante se ramifica con virulencia a nuevos senderos sonoros. Ellos con este álbum lograron copar con vistoso fruto el árbol genealógico del Metal, pero sin olvidar esas raíces, que sin ellas, no se puede ni empezar a engendrar un sonido.

Y esas raíces uno las nota con celsitud y emoción en los solos y melodías de este álbum, incluso en algún que otro riff, pareciendo que en ese intento de contactar con espíritus del pasado, la banda consigue capturar la esencia de lo más grande que conocieron en los ’80, desde los divinos esquemas del mago Yngwie Malmsteen hasta la altísima concepción de la tralla y la belleza de la que hicieron patrimonio Judas Priest, o incluso siguiendo la estela de aquel monumental Master Of Puppets de Metallica y demás obras de otras deidades del Thrash, preparando, con todo aquello que fue sedimentando su alma y corazón musical, su propio cóctel explosivo. El resultado, viniendo de tales genios, no podía ser más óptimo, pues este disco, sobretodo sus dos primeras canciones, yo lo encaro con casi el mismo respeto y pasión que aquel Defenders Of The Faith de Judas Priest, pues, aunque salvando las distancias (no las crean tan remotas), parece ser el mismo espíritu en otro cuerpo, y armado con otra artillería más potente y novedosa, la que marca nuestro ‘hoy’ en la música, pero sin olvidar ese ‘ayer’ del que gracias a él y lo que trajo, esta banda que nos ocupa existe y emociona.

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Una explosión seguida de una sirena declara la guerra a nuestros oídos, avisándonos de lo que se avecina. Tan aplastante como ornamentado, un salvaje dueto de guitarras enmarcan con su enrevesado riff la sofisticada y contundente batería, creando en conjunto una especie de violento estertor que serpentea presto, como siguiendo la simétrica coreografía que marca una sabia y potente descarga eléctrica. Blood On Your Hands se presenta así ante nosotros, con unas guitarras enormes de producción titánica, y una batería rica en matices que hace brillar y tronar sus respectivas piezas alrededor nuestro, para abrazarnos ese viviente arrecife de acero que forma el conjunto y enjaularnos frente a la voz de Angela, que arremete como una bestia ante tu rostro con su incendiario torrente, sin artificios ni dobles voces, grabada a pelo con toda su destructiva autenticidad al desnudo. Ya es tarde para retroceder, el evento te apresa.

Y más suyos te hacen cuando llega ese pre-estribillo, donde tras la extravagante complejidad del riff del verso, el grupo nos asalta por sorpresa con un simple pero brillante riff de notorio sabor hard-rockero, que muy chulesco en su contoneo, pero caballeroso, deja con pequeños silencios espacio a la dama para vociferar a gusto el puente al estribillo (adoro el empuje y las formas de ese ‘Re-mem-ber!’ en el que con tanta saña se recrea nuestra ‘Diva Satanica’). En el estribillo vuelve a florecer la típica complejidad vibrante del Göteborg con toda su elegancia, para luego dar paso a una melodía que se graba a fuego en tu mente, convirtiéndose en la estrella del corte por su magia evocadora, tratada con una dulzura y eco especial que contrasta con la tensión y brutalidad general del tema.

Los solos, inspiradísimos, tienen por sus acentos y acabados el ilustre toque mágico que le daban Tipton y Downing de Priest a sus punteos de los ’80 (más cercano ello al estilo de Downing, diría yo), siguiéndose ese patrón, ese influjo, en muchos de los demás lead breaks que salpican el álbum. Aquella melodía mágica reaparece para despedir el corte, desfilando seductora a través de dos contextos rítmicos diferentes, siendo primero el original donde ésta apareció por primera vez y el otro es el del estribillo, nadando inalterable tal melodía ante el cambiante y hostil oleaje, hasta ser rematado el tema por esa última frase que culmina el estribillo, ese ‘…The Wages Of Sin’, como queriendo marcar con este disco un antes y un después desde aquel álbum que aquí nombra con segundas, aquél que marcó el nuevo rumbo estilístico de la banda y con el que debutó Angela en las filas de estos suecos. Sin duda alguna, la metáfora es acertada.

El segundo corte es otra pieza de culto, The Last Enemy nos imprime su velocidad y agresividad desde el principio, un muro sónico erigido a golpe de maza y rasgueo de púa, una intensa caída libre a los infiernos de un feroz ser que habla por boca de la diablesa germana, aquél que en su búsqueda final encontró la verdad a través de la carne, según reza la letra, que es tan magnífica como el resto de ellas, todas escritas por Angela.

Lo que hace grande a este tema es ese pasional estribillo, que tras un puente como sacado de las más oscuras y salvajes pesadillas, nunca contadas ni tocadas, de un imperial Hell Patrol de Painkiller, surge ese estribillo que cambia bruscamente la atmósfera de la canción, irrumpiendo de súbito en mid tempo y formado por una sentida melodía de guitarras que traducen en música lo que en misma métrica grita la vocalista, en una dualidad de espíritus que se aúnan con pasión y señorío, haciendo que hasta el ataque gutural de Angela suene emotivo durante el desarrollo de esas melodías, que en su segunda vuelta suben sus tonos a más agudos para ya terminar de estremecernos, ganando más intensidad si cabe para que música, voz y texto terminen de levantar tal monumento de sentimiento pocas veces transmitido en este género tan extremo. El remate de tal éxtasis musical lo pone la desafiante y gloriosa última línea de ese estribillo: ”¡Aquí estoy, para conquistar a la Muerte misma!”. Grande, de esos pocos temas que a la primera escucha tu mente grita “¡Clásico!”. Para mí ya lo es, desde su nacimiento.

Y es que cuando ese estribillo me invade con todos esos matices que he detallado unidos, me estremece el mismo espectro legítimo de las melodías de The Ripper, del estribillo de The Sentinel o el verso de Nightcrawler, ese sentimiento de señorío e inimitable magia que sólo pudieron brindarme esos dioses míticos llamados Judas Priest, ya que, y permítanme mi continua comparación de estos suecos con los británicos, me atrevo a decir, pues mi sentir lo clama, que Arch Enemy es una de las respuestas actuales más fieles al legado de Judas, una de las bandas que mejor ha capturado su esencia bajo cielos de hoy, y bajo los nuevos cánones que dicta el género, pese a practicar un estilo que no pertenece directamente al Heavy Metal, pero sí indirectamente, pues nadie puede negar que está en sus genes. Y terminando con este inciso (largo inciso diría yo), decir que en la lista de álbumes favoritos de Angela Gossow casi todos son obviamente de Death y Thrash, y digo ‘casi’ porque entre ellos hay uno, sólo uno, de Heavy Metal: Painkiller de Judas Priest. Sin comentarios.

Por otra parte, de este The Last Enemy es digno también de destacar ese clasicista dueto de guitarras que surge durante el lapso 2:13-23, de gran velocidad y fluidez, con un sinfonismo muy vivaldesco, cual presto eléctrico que con pasmosa sincronización son marcados sus ágiles movimientos por la batería, ganando nervio y contundencia para dar paso después al segundo duelo de solos, que también es una delicia de buen sabor ochentero. Las partes acústicas que también aparecen son una más de esas gratas sorpresas que contiene este segundo corte de Rise Of The Tyrant, recordando la primera incursión acústica [3:19] a aquella que traía la paz al feroz Master Of Puppets de Metallica, también por ese eco gutural que deja la cantante, que mientras se desvanece intermitente, hace entrar al arpegio y a la melodía del estribillo, esta vez sin batería ni voz. Buen guiño a un clásico del Thrash, estilo que también toma sobrada presencia en este disco, faltaría más.

Una solitaria melodía de sintetizador abre de forma muy cósmica I Will Live Again, una canción que rompe calmada pero contundente, reproduciendo las guitarras esa melodía inicial, que sirve después de estribillo al tema. Su verso transcurre oscuro y sólido, con rudos riffs entrecortados que acompañan a nuestra diablesa. Gran momento de melodías nos trae el tema de la mano del combo Amott a partir del segundo minuto de canción.

En la cambiante In This Shallow Grave se nota la sombra de At The Gates en ese riff que nace recién cumplido el medio minuto del corte, recordándonos a ese Slaughter Of The Soul de esa banda de la que fue batería el mismo Daniel que aquí mismo aporrea parches y platillos.

El single, Revolution Begins, llega con un riff sencillo de corte clásico, muy a lo Accept, para luego irrumpir una melodía que mece sus terminaciones con elegantes ligados de notas. Un tema que se desarrolla con el mismo espíritu honesto con el que se encaraban al Mundo los himnos del Metal de toda la vida, pero desplegando su propia bandera de los actuales tiempos, su bandera de revolución. Gran final, con solos que destellan en la retaguardia mientras una multitud jalea de fondo a modo de coros.

Con una escena del film Caligula es presentado el tema-título, tan tirano y devastador como su nombre, y mostrando la banda en carne viva sus influencias más extremas del Thrash y del Death. Pero el único fallo que le noto es su poco inspirado estribillo, que recuerda demasiado al de We Will Rise de su Anthems Of Rebellion. El siguiente corte, The Day You Died, posee un dinamismo especial, y más amable que el anterior tema, con unas guitarras muy afiladas y clásicas que son antesala a bellas melodías, y con un estribillo demoledor a la vez que sentido.

Tras el bello instrumental Intermezzo Liberté, Night Falls Fast desfila colérico no sin alternar sus gruesos riffs con delicados fraseos de guitarra muy sinfónicos que pronto encuentran su propio marco estructural, muy progresivo, para despacharse a gusto jugando medio tono arriba medio tono abajo en cada vuelta, hasta rematar con crudeza y dar fin al tema.

Coros femeninos parafrasean en latín un maléfico salmo, The Great Darkness arrasa con todo su poder y tinieblas para luego, con acerados riffs, crear un escenario diferente pero no exento de malicia, rememorando los trabajos de guitarra de las huestes de King Diamond, pero usando ese terreno para sembrar y ver florecer solos de escuela Malmsteen de alto brillo y calibre.

Por último, Vultures nos trae un ambiente más revivalista si cabe, con un influjo clásico que va a caballo entre las ya mencionadas técnicas de At The Gates y el fenómeno Power Metal, pero ganando en porcentaje la presencia de aquellos padres del Göteborg. Las melodías y los solos siguen emocionando, siendo elementos esenciales de cada tema de este inspirado y arrollador Rise Of The Tyrant.

Fue uno de los álbumes más esperados de aquel año 2007, y superó las expectativas del público, siendo el mejor disco de la banda hasta la fecha y uno de los álbumes más notorios de la escena actual, subido por publicaciones de prensa especializada a categoría de clásico. Veremos si este listón estratosférico que han levantado lo logran salvar con su próximo trabajo, si ello ocurre, estos suecos se alzarán hasta, como aquellos rockeros que nunca mueren, conquistar a la Muerte misma.

”The Last Enemy is falling…
… to conquer Death itself”

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