
02- This House Is on Fire
03- Flick of the Switch
04- Nervous Shakedown
05- Landslide
06- Guns for Hire
07- Deep in the Hole
08- Bedlam in Belgium
09- Badlands
10- Brain Shake
La carrera de AC/DC es similar a la marcha de un tanque que avanza sin pausa ni prisa, arrasando con cualquier obstáculo sin detenerse, aunque se trate de la misma muerte. Fue precisamente la muerte de Bon Scott la que en cierto modo desencadenó una tan rotunda y firme "huida hacia delante" que acabó, en forma de obra maestra llamada Back in Black, por rematar en los 80 lo inevitable: la consolidación de un éxito mundial gigantesco, pleno, sin fisuras. Y es que cualquier sujeto cuyos gustos tengan que ver más o menos con el rock está prácticamente condenado a caer rendido a los pies de los australianos: una nueva escucha, un nuevo fan acérrimo, como tocado por una varita mágica. Luego le ocurrirá a su hermano pequeño, su primo y quizá algún día a sus hijos y sus nietos. Esto sólo pasa (al menos de forma tan masiva, tan magnética) con The Beatles, AC/DC y pocos más.
Quienes a veces critican la simpleza de sus canciones, lo repetitivo y facilón de sus maneras o el hecho de que Angus no sea un gran virtuoso técnicamente, están obviando una magia tan sanguínea, tan similar a una especie de empatía cósmica, global, que no sé para qué me estoy molestando en escribir este párrafo. Por cierto que Angus sí que es un gran virtuoso a su manera, lo que pasa es que sería absurdo compararlo con tanto Stratovarius de la vida. (Who made who?). Cualquier guitarrista ruidoso puede poner sin ningún empacho a Angus Young, el hombre que no necesita abusar de la ganancia del ampli porque distorsiona él mismo a puazos, en el mismo pedestal en que éste tiene a Chuck Berry.
La base rítmica es aquí la madre del cordero. Por enormes que sean los escenarios, ahí están siempre los tres juntitos, hechos una piña en torno a la batería. Es Malcolm el verdadero director de orquesta, el que imprime con sus acordes tajantes el camino a seguir, "montado" sobre las dos rocas cuadriculadas y austeras del bajo y la batería. Paradigma de la concentración absoluta, está siempre tan metido en lo suyo que nos logra introducir en ese mismo trance durante horas a decenas de miles de personas (debe terminar agotado). Superpón a esta pétrea base los revoloteos de Angus y la imposible voz del eterno aspirante a nódulos Brian Johnson y tendrás a los AC/DC de los 80 en adelante. Pero no intentes imitarlo, que no te va a salir.
A mí me tocó por edad engancharme con Flick of the Switch, que sencillamente llegó a mis manos porque era el último disco de la banda, descontando aquella edición-refrito que salió algo después a la luz bajo el nombre de '74 Jailbreak. Durante años Flick of the Switch fue tratado por la gente con cierta indiferencia, o incluso cierto hastío, dado que sus dos predecesores eran nada menos que Back in Black y For Those About to Rock. La nueva entrega parecía andar un poco falta de campanas, cañones, sangre o en definitiva de algo que captara poderosamente nuestra atención de forma extramusical. Parece, sin embargo, que el tiempo lo ha ido colocando en su lugar, y me alegro porque creo que no tiene nada que envidiar al resto de discos que han hecho con Brian Johnson. La historia nos lo devuelve intacto y fiero, como suele pasar con la música buena que tiene algo de atemporal.
Se trata de un disco de AC/DC sin más, es decir, de otra obra maestra que encierra el eterno enigma de la sencillez complicada. Desde el primer riff de Rising power nos ponemos en contacto directo con lo esencial, con el rock más neanderthal, más puro y más efectivo que se puede echar uno a la cara, con esos ritmos que te llegan a lo más hondo sin que te enteres, sin que puedas ni soñar con traducir a alguien lo que te está ocurriendo. Como no sea, y muy a modo de aproximación, emprendiéndola a ilustrativos cabezazos con algo.
En esta ocasión Angus se va haciendo oír poco a poco, en vez de entrar a cascoporro en el primer solo como tantas otras veces. Rising power lleva un punteo tranquilo y rítmico que nos va metiendo en harina de manera sinuosa y agradable, regalándonos de paso un primer respiro antes de que las fauces de Johnson vuelvan a escupir una nueva remesa de tuercas, muelles y discos de radial. Que molar, mola un huevo, pero así a poquitos se digiere mejor.
Continúa así un disco repleto de estribillos reglamentarios, riffs acojonantes hechos de nuevo con los mismos cuatro o cinco acordes, medios tiempos bastante similares entre sí pero que no aburren jamás... todo estos tópicos se pueden asociar alto, claro y con la nariz bien alta, con himnos como This house is on fire, Guns for hire, Bedland in Belgium o Deep in the hole. Este último tema tiene un estribillo que, como su nombre indica, te hunde en el agujero pisotón a pisotón, ¡vaya si lo hace!
De Guns for hire cabe destacar además la intro machacona de Angus, un toque de atención como pocos. Me encanta cuando se pone así: es como si te tocan el hombro con insistencia (¡eh, tú!) hasta que te tienes que volver sin más remedio a ver qué rábanos pasa. Cuando lo haces, el grupo entero echa a andar de sopetón con un riff, cómo no, único, magistral.
Un par de relativas excepciones a la regla son Lanslide (caramba, una rápidita, si eso casi no lo trabajan), con su riff nervioso y preciso que parece tarareado por Chiquito de la Calzada, y mi favorita: la aplastante y dramática Nervous shakedown. Con el riff megacabezón de esta canción, y su posterior ensamblaje perfecto con la voz y coros del estribillo, puedo subirme a los árboles y saltar de rama en rama sin ningún problema, porque escucharla me hace recordar que desciendo de primates y que puedo estar bien orgulloso de ello. Como no podía ser menos, esta inspiradísima canción explota hasta la saciedad la fórmula mágica de AC/DC, con su solo que toca el mismísimo cielo y su repetición amenazante del estribillo al final, sobre la cual entra un nuevo solo que añade más y más furia a lo que ya es de por sí un auténtico trance en toda regla. Al terminar puede uno preguntarse qué demonios tenía esta canción que acaba de pasarle por encima como una apisonadora.
Un disco, en fin, con el que pude entrar por la puerta grande en AC/DC, (aunque luego tardé años en descubrir su verdadero valor) sin saber que aún me esperaban otras maravillas mayores.
Fuente: El Portal del METAL
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